miércoles, 5 de octubre de 2011

Rutina



Llegadas y salidas, anuncios de destinos que van a emprenderse, abrazos de despedida y abrazos de bienvenida: abrazos que es lo que importa.
Gente que mira insistentemente el reloj, que pasean por los andenes de un lado para otro como si así las agujas se aceleraran a la vez que sus pasos. Otros que se evaden con música, algunos que hablan por teléfono, madres con hijos, trabajadores cansados, jóvenes ociosos, estudiantes cargados, ancianos vitales, turistas perdidos, cada cual más peculiar.
Y yo estoy como en un segundo plano, sentada, paciente y tranquila, sin prisas pero con ganas de llegar, no a un nuevo lugar, no a sitios lejanos. Simplemente a casa. Mi casa no por habitar allí, sino por ser esperada. El sitio en el que las paredes y yo somos confidentes y mantenemos secretos, donde abro y cierro los ojos cada día, donde he aprendido las lecciones más importantes, donde realmente huele al ambientador que me gusta y las sábanas acogen con cariño. El sofá cómodo que extraño en este banco, maldito banco, que acabará con mi espalda. Y la tele, que aunque no diga nada interesante, ayuda a conciliar el sueño mejor que el ruido. 
Pienso en el "¿Qué tal el día?" y los dos besos, en la comida exquisita y familiar y en la soledad acompañada de la habitación. Y la nostalgia se vuelve alegría porque no todos tendrán ese concepto de hogar, dulce hogar.

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